lunes, 17 de febrero de 2014

Capítulo 3: Hemorragia nasal



Los primeros rayos del sol atravesaron la ventana. Estos fueron subiendo lenta y elegantemente desde la parte inferior de su cama hasta su cara, lo que la hizo despertar. Abrió los ojos y contempló la amplia habitación: el suelo, de una suave tarima, estaba cubierto por una gran alfombra redonda de color rosa colocada en el centro de la habitación a los pies de la cama. Las paredes, del mismo color que la alfombra tenían pequeños dibujos florales de color negro bastante selectos y colocados estratégicamente. La habitación era rectangular, y en una de las paredes más alargadas se encontraba el enorme y reluciente ventanal que iluminaba la habitación y que estaba flanqueado por dos largas y gruesas cortinas recogidas por un lazo a mediana altura. En la mitad del ventanal había una puerta disimulada con los cristales que conducía a la pequeña terraza que daba al jardín. Dentro, la cama clásica de hierro forjado, también rodeada por cortinas con el mismo estampado que envolvían el ventanal. La cama gozaba de numerosos cojines y almohadas y suaves sábanas de seda. Todo en tonos rosas, blancos y grisáceos. De otra pared, surgía una puerta corredera en la que se encontraba un gran vestidor, con ropa tirada por el suelo, largos cristales y numerosos cajones y tablas blancas hasta arriba de ropa doblada, barras llenas de perchas de las que colgaban vestidos, chaquetas, faldas… A cada lado de la cama de 180cm se hallaban las mesitas de noche, adornadas con graciosas lámparas de hierro forjado. Un tocador, un sofá y un escrito acorde con la habitación finalizaban la decoración. En la pared donde se encontraba el tocador, justo encima del sofá chéster blanco lleno de cojines rosas, estaba la parte más adolescente de esa habitación: un montón de fotos de diferentes tamaños y formas colocadas aleatoriamente. Fotos de vacaciones, de la guardería, de excursiones, de tardes en una plaza, de fiesta, de bodas, con amigos o de ellos solos, de familiares, con famosos… Entre el desorden de las fotos había una que tomaba el mando, en el centro y enmarcada, una foto de gran calidad en blanco y negro formada por ocho adolescentes sonrientes, pequeños garabatos de tinta alrededor y con una gran letra un precioso y trabajado “¡Feliz Cumpleaños, Eli!”.
Ahí es donde ella fijó su vista, antes de erguirse y contemplar el verde paisaje por el ventanal. A los pies de su cama dormía tranquilamente Lady, una pequeña gatita persa extraordinariamente blanca y bien cuidada, con un collar rosa y un gracioso cascabel. Se inclinó para acariciarla, en respuesta Lady ronroneó. Se levantó como pudo, cogió una pinza de uno de los cajones de su tocador y recogió su oscuro y enmarañado pelo. Al salir de su habitación, el suelo oscurecía con la caoba y las ventanas iluminaban el marrón oscuro de las paredes. Descendió las amplias escaleras, también de caoba, y se dirigió a la cocina, donde el color blanco volvía a reinar. Allí se encontró con su madre, en la mesa adornada por un esbelto jarrón al final de la extensa cocina típica americana de gente adinerada, donde Jeffrey, el mayordomo, estaba preparando el desayuno para Elizabeth. Su refinada madre, Brooke, disfrutaba de su café y manejaba su portátil.

-Hola cariño, ¿Qué tal has dormido?-preguntó Brooke sin apartar la mirada del ordenador y dando un sorbo al café.
-Bien…- contestó Elizabeth secamente- ¿Se ha ido ya papá?
-Sí, hoy tenía una reunión importante y si todo sale bien, mañana cogerá un vuelo hacia Japón. -¿Otra vez?- Jeffrey colocó la bandeja con suavidad delante de ella
-Que aproveche- la deseó.
-Gracias, Jeff- Sonrió Elizabeth, mientras cortaba con cuidado un trozo de su tostada y daba un trago al zumo de naranja, y dirigiéndose a su madre, continuó- Papá ya se fue la semana pasada, ¿Cuánto tiempo va a estar fuera esta vez?
-No lo sé, cielo- Por primera vez, su madre la miró a los ojos- entre tres y cinco días.
Elizabeth asintió con la cabeza y Brooke puso especial atención en el desayuno de su hija.
-Jeffrey, perdona pero, ¿No te dije que nada de exceso de calorías en las comidas?
-Sí, señora, pero fue ella quien me lo pidió…- Brooke miró a su hija con gesto expectante y sorprendido.
-¿Acaso quieres engordar?
-Mamá, por favor, no seas exagerada… Peso 54kg y mido 1’73, estoy bien.
-Bien no, estás perfecta, y así es como te tienes que quedar. Por favor Jeffrey, la próxima vez dele algo más ligero, ¿De acuerdo?
-Como deseé, señora.
-Gracias.

Brooke cerró el portátil, lo metió en su maleta y salió por la puerta después de darle un beso en la frente a su hija.

-Te quiero, cariño.
-Y yo, mamá.

Una vez escuchó el portazo y el motor del coche, se dirigió al mayordomo con una sonrisa:

-Jeff, ¿Queda más mermelada de frambuesa?
Jeffrey asintió y la devolvió la sonrisa. Él había sido el mayordomo de esa casa desde antes del nacimiento de Elizabeth, y ambos se tenían muchísimo aprecio.
-No queda más que esto, Elizabeth- él la tuteaba cuando estaban solos.
-¡Pues habrá que comprar más!- dijo ella alegremente, mientras forcejeaba con la tapa del bote.

Una vez terminó el desayuno, volvió a su habitación para arreglarse.

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En la esquina de la calle mayor, Ashley se atusaba el pelo y retocaba el uniforme recién estrenado que le habían enviado por correo el día anterior. Llevaba una coleta, pero al tener el pelo corto algún mechón rebelde se divertía rozándole la cara, lo que resultaba bastante molesto.
Cruzó la calle y observó, mientras caminaba y conjeturaba sobre las posibles tareas que la tocaría hacer en su primer día, el respetuoso letrero con luces de neón en el que se podía leer: Fresh food.
Se detuvo enfrente de las puertas de cristal, observando su reflejo. Tomó aire y suplicó que no fuera como los anteriores trabajos que había tenido: Su primer trabajo fue el más recurrente por las adolescentes; de niñera. No la duro más de una semana. Al octavo día, Ashley se propuso ver una película aprovechando que Daniel, de 5 años, estaba echándose la siesta y se calentó unas palomitas en el microondas. Daniel, mientras que su niñera colocaba el DVD, aumentó la temperatura del microondas, introdujo en él algunos tornillos, monedas y caramelos que su madre tenía en una caja de madera y se volvió a su habitación. Esa misma noche la despidieron al destrozar la cocina. Su siguiente empleo tuvo lugar en la floristería, en el que más duro, casi mes y medio. Mientras quemaba unas margaritas porque había leído en un foro que traía suerte si lo juntabas con aceite y lo extendías por el jardín, incendió el trastero de la casa de los Hataway al tirar las cerillas encendidas por la puerta de atrás, que comunicaba directamente con el jardín de dicha familia. Así otros tres trabajos más: Paseadora de perros, cortacésped y en la librería. El último y en el que menos duró fue de camarera, la echaron en el mismo día al intoxicar a un cliente equivocándose de bocadillo y produciéndole una fuerte reacción alérgica.
A pesar de su mala suerte en los trabajos, nunca se daba por vencida. Necesitaba el dinero, ya que estaba a punto de finalizar los estudios secundarios, y la Universidad no la regalaban. Sus padres tenían algún dinero ahorrado, pero no era suficiente al igual que sus notas no lo eran tanto como para una buena beca. Este va a ser el definitivo, se repetía a sí misma, armándose de valor y enfilando la puerta con toda la positividad de la que disponía.

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Perfectamente sentando en la silla de su habitación, Gabriel observaba “Your Flight!”, una revista semanal acerca de aviones que le entretenía bastante.
Gabriel, a diferencia de la mayoría de los chicos de su edad, era una persona responsable y trabajadora, sabía que todo esfuerzo tenía su recompensa y que nadie regalaba nada.
Con tan solo 18 años dominaba 3 idiomas y chapurreaba otros dos, había viajado por los 5 continentes y la lista de países que había visitado la componían 23 naciones.
Viajar, leer y hacer deporte eran sus tres grandes pasiones, pero se estaba preparando para la carrera de medicina; quería especializarse en neurología.
Leía libros de todo tipo y los que más le gustaban eran aquellos que hablaban de la psicología humana. También jugaba de portero en el equipo de fútbol del pueblo junto con Paul, George y Jake, era bastante bueno.
No conforme con eso, todos los veranos iba como voluntario a países subdesarrollados o en vías de desarrollo a construir colegios, hospitales, pozos y casas o inyectar vacunas, atender a niños o lo que hiciera falta. Sin duda, él era todo un ejemplo a seguir.
Cerró Your Flight!, y alzó la vista contemplando el paisaje por la ventana. Su casa estaba a las afueras del pueblo y podía ver el precioso horizonte verde y montañoso que le fascinaba. Fijó la vista en el cristal, observando su reflejo. La piel de Leonard era nívea, completamente lisa y bien cuidada. Desde que tiene memoria, siempre ha llevado el mismo peinado, ese peinado corto que nunca pasa de moda y que lleva el 80% de la población masculina; tenía un color llamativamente rubio, y los ojos de un azul tan claro como el agua. Era descendiente de una familia germánica y su físico le delataba.
Echó mano de su móvil y se percató de que tenía dos llamadas perdidas. Abrió el registro de llamadas y leyó el nombre de Elizabeth y la absurda cara sonriente formada por dos puntos y un paréntesis que ella le escribió. De repente, se acordó de que le había pedido ayuda en matemáticas, se examinaba dos días más tarde en la Academia que en la que estaba apuntada y no tenía ni idea de la resolución de sistemas mediante determinantes, habían quedado hacía hora y cuarto en la biblioteca.
Corrió hacia su armario y abrió un cajón repleto de camisetas impecablemente colocadas, cogió una de ellas y el pantalón que tenía apoyado en el borde de la cama. Se cambió lo más rápidamente que pudo y salió rápidamente por la puerta, encontrándose con su cita en la puerta de su casa.

-Lo siento muchísimo, Eli- dijo serena y avergonzadamente, antes de que ella pudiera decir nada. Le sonrió.
-¡No pasa nada, bobo! Aunque, la verdad que yo creo que es la primera vez en toda mi vida que veo que te retrases.
-La primera vez en tu vida y en la mía- seguía serio y ligeramente sonrojado- llevarás esperándome hora y media por lo menos.
-La primera vez y a lo grande, ¿eh?-rio, tratando de quitarle importancia para que dejara de sentirse mal.- Lo cierto es que Ashley me llamó para calmar sus nervios del primer día, así que técnicamente he estado esperándote unos veinte minutos.
-De verdad que lo siento Elisabeth, no tengo ninguna excusa… Me quede leyendo y bueno luego…
-Gabi, deja de preocuparte, ¿Vamos a la biblioteca?

Él la hizo un gesto de afirmación y la dedicó una sonrisa, que esta la devolvió alegremente. Una vez allí, Elizabeth hizo un descomunal esfuerzo por tratar de comprender las palabras de Gabriel. Probablemente, era la persona con más conocimientos matemáticos que ella conocía, y a su parecer, eso empezó a ser más bien un inconveniente. Llevaban allí más de una hora y sólo la había aclarado un par de cosas. Había pensado en pedirle a ayuda a otro de sus amigos, pero Ashley, Paul y Jake iban peor que ella en matemáticas, Rikki había cogido el camino de letras, por lo cual todo este ámbito lo veía muy lejano, Alex no tenía paciencia a la hora de explicar las cosas y tampoco es que fuera muy sobrada en matemáticas y George no tenía tiempo. Gabriel se esforzaba y hacía lo que podía porque ella se enterara, pero por más que ella ponía interés en descifrar cada una de las palabras que salían de su boca, más la costaba descifrar la siguiente:

-Se ve claro que, si el sistema tiene solución, existen unos números X sub 1, X sub 2, X sub 3, X sub n…, que permiten poner la columna de los términos independientes como combinación lineal de las columnas de la matriz A. Por tanto, al añadir la columna (C sub i) a la matriz A, esta no aumenta su rango. Es decir, si el sistema tiene solución, entonces: ran(A´)=ran(A). El argumente recíproco es similar: si ran(A´)=ran(A), es porque la columna (C sub i) es combinación lineal de las restantes y, por tanto, existen unos números, X sub 1, X sub 2, X sub 3, X sub n…, que multiplicados por los vectores (a sub i1), (a sub i2), (a sub i3), (a sub in)…, dan como resultado el vector (C sub i). De modo que esos números…

Elisabeth apoyaba su frente sobre su puño, notablemente aburrida, procuraba mantener toda su atención sobre Gabriel, pero lo que estaba detrás del cristal que separaba el pasillo con la sala se la robó. Su estado de ánimo cambió repentinamente y ahora estaba mucho más interesada, aunque lamentablemente, no de las matemáticas.
Clavó su vista en el cristal, con el entrecejo fruncido, tratando de recordar, y, de repente, se acordó. Volvió a mirar, tratando de afirmar sus suposiciones. Definitivamente sí, era él.
Se levantó de la mesa, alegando que necesitaba ir al baño, y cruzó la sala hasta llegar a la puerta del pasillo. Antes de abrirla, se retocó el pelo, y se dio cuenta de que, inexplicablemente, estaba nerviosa. Aclaro su garganta y abrió la puerta con seguridad y elegancia.
Allí estaba él, enfrente de ella. Aquel chico que vio en el río, entrando en aquella maravillosa casa. Era guapísimo. De pelo rubio oscuro y ojos verdes y claros. Tenía las facciones perfectas, elegantes y rectas, parecía un actor de Hollywood. Sus labios eran ligeramente rosados, y gozaba unos dientes increíblemente perfectos. Era bastante alto y corpulento, aunque tirando para delgado. Su mirada era muy profunda, dura y tierna a la vez, y lo mejor de su mirada, era que, en ese momento, se había encontrado con la de ella. Él dejo de hablar, se centró en ella como si lo que estuviera ante sus ojos fuera un extraterrestre más que una chica. Elizabeth notaba el ardor de sus mejillas y el latido de su corazón, ¿se lo podía explicar alguien?
Justo antes de que aquel chico apartara la vista para reunirse con su interlocutor, el encargado de la biblioteca, a Elizabeth no la dio tiempo a frenar antes de que la puerta del aseo la golpeara de pleno en la cara. Se llevó las manos a la nariz y comenzó una fuerte hemorragia. El encargado y la mujer que salía en ese momento del baño acudieron en su ayuda, avergonzándola más todavía, sin embargo, el chico no pudo evitar lanzar una pequeña aunque perfectamente audible carcajada. A ella no le dolía tanto el dolor físico como el moral, deseaba que en ese mismo momento un surco se abriera en la tierra haciéndola caer a lo más profundo y deshabitado del planeta.


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Paul iba camino de la casa de George, habían quedado para jugar al PRO y ver el partido de liga; pero antes de ir allí, tenía que pasar a recoger a Jake y comprar algunas cervezas. Paul era el más bajo de los chicos, 1’75, e incoherentemente, por caprichos de la naturaleza, estaba bastante delgado. Devoraba una cantidad irracional de comida.
Su piel brillaba al sol, ese verano se había puesto moreno y le encantaba lucirlo. Sus ojos recordaban al color de la miel, sus dientes blancos, su nariz recta y pronunciada y su pelo corto y castaño oscuro. Sin duda lo que sobresalía de su físico era su sonrisa, que no dejaba a nadie indiferente. Sus labios se doblaban formando una graciosa uve, dejando ver unos grandes y preciosos dientes blancos, en las mejillas le surgían hoyuelos y los ojos se le achinaban, formando unas simpáticas arruguitas en el rabillo del ojo.

Caminaba sin prisa, pensando en todo un poco, nada en especial. Recordó lo pesada que se puso su madre el día anterior porque Nigel, su hermano pequeño, se había caído de la bici, lo mala que estaba la lasaña de su abuela de esa tarde, y que nadie se atrevió a decir, la cita que tenía dentro de dos días con Rachel Devlin, lo buena que fue la anterior con Jennifer Coway…
Alzó la mano y llamó al timbre, al poco, unos grandes ojos verdes le miraron divertidos.

-¡Paul!
-Kim, ¿y tu hermano?
-En seguida sale- sonrió, dejando la puerta entreabierta.

Durante unos pocos segundos, la corta falda y el movimiento suelto y veloz de la joven, dejaron ver una atractiva pierna. Paul sonrió ante el alegre y seductor movimiento de Kim, arrepintiéndose en el acto. Por dios, es una niña, apenas tiene 14 años.

-Perdona tío, no encontraba las llaves. –Se excusaba Jake bajando las pequeñas escaleras exteriores de su casa, mirando las llaves que transportaba en la mano frunciendo el entrecejo, un gracioso conejito rosa colgaba de él.- Kim- gritó- me llevo tus llaves.

Cuando llegaron, todos excepto Gabriel y Elizabeth habían llegado. Comenzaron las partidas, abrieron la cerveza y charlaron durante un buen rato hasta que, por fin, llamaron a la puerta.

-Hola chicos- Sonrió Gabriel, entrando al salón. Detrás de él, Elizabeth se sujetaba un pañuelo en la nariz.
-¿Qué te ha pasado, Eli?-Preguntó Jake preocupado, acercándose a ella con una cerveza en la mano y sujetándole la cara con la otra, buscando la respuesta.
-Me han dado con la puerta del baño-Contestó Elizabeth, con un sonido nasal. A Paul y a Jake pareció empezarles a llamar la atención esa conversación.
-¿Con la puerta del baño de la biblioteca?-preguntó Paul
-Sí-dijo ella secamente.
-¿Un golpe que ha llegado a causarte una hemorragia nasal?- continuó Jake
-Sí
-¿Te vio alguien?
-Sí…-Elizabeth pareció sonrojarse, y justo cuando volvió a acordarse de la preciosa cara de su misterioso chico, las ruidosas carcajadas de sus dos amigos la sacaron de sus pensamientos.
-Vaya par de gilipollas- Sentenció Elizabeth
-Toma,-Jake le puso la cerveza fría en la nariz, recibiendo como consecuencia un manotazo y una mirada de odio- que el frío le va bien, mujer.
-George, ¿tienes papel de cocina de ese súper absorbente?
-Sí, en la cocina, encima de la encimera, o si no, en el cajón de debajo del horno- Le indicó George, con un gesto poco explicativo de manos.
-Vale
-Eli,-bromeó Paul- ten cuidado con la puerta.

Todos rieron, incluso Elisabeth esbozó una sonrisa. Cuando volvió, Alex había perdido el partido que estaba disputando y se sentó junto con Rikki y Ashley. Elisabeth fue a su encuentro.

-Bueno y tú, Rikki, ¿no tienes nada que contarnos?- pregunto Alex con retintín
-¡Eso, ¿qué tal con aquel buenorro del Ragazza?- añadió Ashley.
-Fue…- Rikki sonrió, mordiéndose el labio- fue fantástico.

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