George sacudió la cabeza, salió del agua y corrió a sentarse al lado de su
novia, Alex. Hacían una buena pareja. Él era poco más alto que ella , ya que
esta medía 1’72. George tenía el pelo castaño oscuro, corto y muy rizado. Sus
ojos eran preciosos, sin duda lo mejor de su físico. Eran de un azul profundo,
que en ocasiones parecía negro. Los tenía rasgados como Rikki, en forma de
gato, pero este con un aire aún más salvaje y felino. Era muy moreno de piel y
de constitución normal, aunque notablemente musculoso. Su novia, Alex, tenía el
pelo corto y negro, con las puntas hacia fuera que le daba un toque divertido.
Su piel era extraordinariamente blanca, lo que contrastaba con sus ojos
castaños al igual que con su pelo. Tenía una cara muy bonita, con facciones
finas y rectas, exceptuando sus ojos, grandes y redondos marcados por unas
arqueadas y finas cejas.
Alex, que estaba tumbada en el césped observando cómo se bañaban sus
amigos, ofreció la toalla a George, que despreció con un gesto de mano.
-No la necesito- sonrió- me secaré al sol.
-Como quieras- le devolvió la sonrisa, él se inclinó para darla un breve e
intenso beso.
No estaban solos en el río, la mayoría del pueblo había salido a darse su
último baño, pero aun así había espacio de sobra. El sitio era amplio, todo
estaba cubierto por césped de un intenso verde. El río atravesaba la zona y el
sol hacía brillar sus aguas de tal manera que había que entrecerrar los ojos
para no deslumbrarte con su brillo. Eran aguas transparentes, tanto que
engañaban. Al mirar podías ver las piedras del río aparentemente cerca, al
alcance de la mano, en cuanto te metías te dabas cuenta de que entre ellas y tú
habría por lo menos metro y medio. Esta amplia zona estaba flanqueada por unos
montes del mismo verde intenso. De ellas, salía un viejo puente de piedras que
atravesaban el campo para dirigirse al pueblo contiguo, lo único que al
atravesar el último monte aún pertenecía a Glepper era una vieja casa
abandonada y un taller. Ambas cosas podían verse desde el río; lo que hizo a
los chicos darse cuenta de que de la vieja y antigua casa abandonada ya no
quedaba nada.
Antes, la casa en sí no tenía nada de especial. Lo que llamaba la atención
era su amplio jardín. No había niño del pueblo que no se hubiera criado
pensando que era un parque.
Ahora, la casa era lo que predominaba. Tendría por lo menos 4 plantas y un
garaje de dos puertas. Estaba llena de ventanales y pintada una suave mano de
pintura blanca, la casa era de las que quitaban el hipo. La vista al jardín era
inaccesible, pero se veía bastante amplio a juzgar por sus largas y altas
vallas y arbustos que escondían todo elegantemente.
George había vuelto al agua, esta vez en contra de su voluntad, ya que Jake
y Paul habían salido en su busca. Alex miraba absorta la nueva casa, cuando la
cara de Ashley ocupó todo su campo de visión.
-¿Hemos tardado mucho?- pregunto Ashley
-A mí se me ha hecho eterno-sonrió Alex, desviando la mirada hacia Rikki y
Elizabeth, que estiraban las toallas a su lado. Estas la echaron una mirada
comprensiva y triste. Se sentaron en sus respectivas toallas, haciendo un
corrillo alrededor de las mochilas, mientras que Ashley se peleaba con el botón
de sus shorts. Rikki alzó la vista para buscar lo que su amiga estaba mirando.
Se quedó boquiabierta.
-¡Vaya…!- Todas siguieron la dirección de la mirada de Rikki y clavaron su
vista en el mismo punto. Ashley se quedó atónita.
-Sí que es grande- observó Elizabeth.
-Casi tanto como la tuya- contestó Ashley sin apartar los ojos de la casa y
forcejeando con el pantalón.
-Esta es más grande que la mía, tiene más patio.
-Es increíble- continuó elogiando Rikki.
Uno de los coches que cruzaban el río se detuvo en frente de la casa.
Primero salió una mujer y se dirigió al maletero, seguidamente, una chica,
aparentemente de unos 14 o 15 años, que sonreía mirando la casa, tan
impresionada como se habían quedado las demás. De la última puerta que se abrió
se bajó un joven. Este era más alto que las dos chicas anteriores. Su pelo
rubio brillaba al sol, mientras que la ligera brisa lo mecía. Acompañó a la
primera mujer que se había bajado del coche y la quitó de la mano las cargas
más pesadas, tensando los músculos de su brazo que brillaban al sol.
-Ya te digo que si es increíble- Ashley se había quedado quieta- es como un
dios.
Ninguna contestó, todas se quedaron embobadas observando cómo entraban en
esa espectacular casa. Al poco rato de que ellos cerraran la puerta de la verja
exterior, intercambiaron miradas
-Qué guapo ¿Verdad?- dijo Rikki, mordiéndose el labio inferior.
-Sí…- Elizabeth, ligeramente sonrojada, fijó su vista en el suelo.
-¡Al fin!-exclamó Ashley una vez que pudo liberarse del pantalón- ¡Allá
voy!
Salió corriendo hacia la zona del río en la que se encontraban sus amigos y
se tiró de cabeza sin pensárselo dos veces.
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Esa misma noche habían quedado para irse a cenar a la famosa pizzería Ragazza
que se encontraba en la plaza del pueblo.
Todos habían llegado ya: Rikki, Alex, George, Jake, Paul, Elizabeth, Gabriel…
todos menos Ashley. Se sentaron en una mesa exterior y pidieron las bebidas y
algún que otro entrante para hacer tiempo hasta que viniera su amiga.
-No sé si pedirme la Carbonara o la Barbacoa- Jake tenía la
cara hundida en el menú, con el entrecejo fruncido y los labios apretados.
-Pídete la Auténtica- Le aconsejó Rikki- lleva lo mismo que la
Carbonara solo que con carne picada- Jake, después de mirarla fijamente
durante unos segundos, soltó una breve carcajada.
-Sí, se nota que me conoces. – La miró divertido- Está bien, me pediré esa.
Tú seguro que te pides…- Volvió a poner exactamente la misma postura anterior,
mientras que Rikki le sonreía y los demás comentaban entre ellos los precios,
calorías e ingredientes de cada cosa que figuraba en el menú. Finalmente, Jake
cerró la carta decidido, se levantó de la silla y se inclinó hasta que alcanzo
con la mano la carta de su amiga. Se la apartó suavemente y la apoyó encima de
la suya. La miró fijamente y sonriendo- Estarás dudando entre la Cuatro
quesos y la de Jamón, pero como siempre, acabarás pidiéndote la Hawaiana
y cambiarás el zumo que estás bebiendo por un refresco de naranja.
Dicho eso, cruzo los dedos de sus manos apoyándolos en la tripa y se dejó
caer en la silla bajo la atónita mirada de Rikki. Ella rió con fuerza:
-No voy a cambiar mi zumo- respondió con tono infantil mientras le sacaba
la lengua. Jake respondió arrugándole la nariz.
Todas las conversaciones se vieron interrumpidas en el momento que Ashley
entró derrapando por la puerta.
-¡Chicos, chicos!- anunció con entusiasmo y aspavientos de mano- ¡No os lo
vais a creer!- corrió a sentarse en la única silla vacía, entre Alex y Elizabeth-
¡Me han contratado en el supermercado!
Todos la felicitaron y compartieron la noticia con alegría. Seguidamente,
pasaron a tomarles el pedido.
Iban allí con bastante frecuencia y conocían a todos los camareros y
cocineros que trabajaban allí. De hecho, el jefe de la pizzería era el padre de
una amiga que tenían, que como la mayoría de ellos se había criado en Glepper.
Normalmente les hacían precios especiales, regalos e incluso una vez les
regalaron la cena. Se lo conocían todo bastante bien, pero esa noche algo les
sorprendió. Un camarero nuevo que llamó especialmente la atención de ellas.
Era una persona verdaderamente poco común, de los que llaman la atención
entre la multitud y se distinguen con cualquier cosa que hagan; por un elegante
gesto, por una hipnotizadora mirada, por una acaramelada palabra con su suave
voz… Gente que salía de lo normal en todos los aspectos. Tendría unos 20 años
aproximadamente. El pelo era castaño cobrizo y corto, pero perfectamente
peinado, todo echado para atrás exceptuando algún pelo que caía con suavidad
sobre su frente. Su piel era muy morena. Sus ojos eran de color verde claro,
rodeados por pestañas negras y largas. Nariz recta y labios perfectos y
carnosos. Se parecía a un jugador de fútbol o de tenis, igual de alto y
musculoso que ellos. Aun así, no era una belleza de las que gustaría a
cualquier tipo de mujer. Hay hombres que gustarían a cualquier mujer tenga los
gustos que tengan, en cambio él era de un gusto muy definido, aunque claro
está, que nadie pensaría que fuese feo.
-Bienvenidos-comenzó- Por lo que me han comentado, venís aquí con
frecuencia ¿No?- sonrió amablemente- Soy el nuevo asique tener paciencia
conmigo-rio entre dientes- ¿Qué queréis?
Gabriel empezó a anunciar cada pedido mientras señalaba con el dedo a sus
amigos.
Rikki no estaba tan atenta a los pedidos. Se fijó aún más en el chico, que
todavía no se había percatado de su presencia. No, hasta que Gabriel pidió una
pizza Hawaiana. Sus miradas se encontraron y rápidamente se dio cuenta
de la pinta de imbécil que tenía mirándole tan tontamente. Cuando continuó con
los pedidos, al camarero le costó apartar la mirada de Rikki. Este la miraba
con curiosidad y picardía, algo extraño, como buscando algo en ella sin esperar
respuesta alguna. Cuando finalmente logró arrastrar su mirada para el siguiente
pedido, Rikki se fijó en la chapita que colgaba de un imperdible en su camisa. James.
-¡Qué guapo!- exclamó Ashley, mientras Paul, Jake, George y Gabriel
discutían sobre el derbi del día anterior.
-Está bien el chico-dijo Alex sin prestar demasiada atención.
-¿Cuántos años le echáis?- preguntó Ashley
-Mm…-Elizabeth hizo una mueca- Dieci… no, veinti… ¡Veinticinco!
-¡Qué va!-contestó Alex divertida- Yo le echo veintiuno.
-Pues yo digo que tiene veintitrés- dijo Rikki.
-¡Alex!-la llamó George, con notable irritación- ¿A que no hubo ningún
penalti?- Alex giró su silla para unirse a la discusión que tenían sus amigos.
-¡Claro que no hubo, pero porque no lo pitaron!- Se escuchó a Jake.
-Estáis equivocados… -continuó Gabriel, y es todo lo que la dio tiempo a
oír a Rikki antes de que viera a través del cristal de la puerta, que el
camarero, James, la invitaba a venir con un gesto de mano. Sin decir nada, se
levantó de su silla, se colocó la camiseta y tiró de sus negros pantalones
cortos antes de emprender camino.
Cuando llegó hasta él a escasos centímetros uno de otro, la sonrió y tomó
su mano, se dio la vuelta con delicadeza y tiro con suavidad de ella. Rikki se
dejó arrastrar. Estaba confusa. Su mano era tan suave y caliente. Estaba tan
nerviosa que juraría que él podría notarla su pulso. Juntos atravesaron la
cocina y salieron por la puerta de atrás, donde había una pequeña terraza que
daba a un callejón. La iluminación era escasa, la luz de la farola que se
encontraba a unos treinta metros y la intermitente bombilla que estaba encima
de ellos no era suficiente para iluminarles las caras.
James se detuvo justo en frente de ella, casi no había espacio entre ellos.
La sacaba una cabeza aproximadamente. Rikki aspiró con fuerza en un inútil
intento de tranquilizarse, captando el dulce aroma a orégano y masa que James
desprendía. Estaba colorada y él se dio cuenta. Se alejó de ella y se apoyó en
la valla de la terraza con los brazos cruzados. Se quedaron uno o dos minutos
mirándose y sin decir nada. Ella no pensó absolutamente en nada, se dedicó a
contemplarle. Le encantaba su mirada, era suave y bondadosa como la de un niño
pequeño. Su boca era increíble y la típica barba de tres días le hacía unas facciones
perfectas. Lo único que pensó fue que probablemente fuera el chico más guapo
que había visto en su vida.
-Perdona por mi comportamiento.-comenzó el chico- Te juro que no había
hecho esto nunca, pero tenía que hacerlo- sonrió- ¿Cómo te llamas?
No podía dar crédito. ¿La había llevado hasta allí para ligar con ella?¿Quería
él ligar con ella? ¿O es que quería otra cosa? Fuera lo que fuese, ella se
encontraba realmente bien.
-Rikki… -Ella le miro dubitativa, arqueando las cejas- ¿James?
-Sí- la dedicó una sonrisa de medio lado, Rikki le notó cierto rubor en las
mejillas y entonces él continuó- De verdad que no soy así. Normalmente me
cuesta mucho hacer estas cosas, y no soy lo que se dice muy elocuente… Pero me
apetece conocerte. Y aunque en este momento me sienta muy estúpido, sé que si
no lo hago luego me sentiría aún más estúpido si cabe.
No contestó. Si se pudiera estar físicamente más colorada, Rikki lo hubiera
estado. Él, entre sus nervios y los colores de Rikki no pudo evitar esbozar una
amplia sonrisa y acercarse un poco hacia ella, aunque aún seguían manteniendo
una prudencial distancia.
-¿Sabes?- la miró divertido- creo que esto es lo más alocado que he hecho
por una chica que no conozco de nada- Rikki sonrió y miró al suelo. Se sentía
tan avergonzada como una niña de 12 años al que su novio de toda la vida la iba
a dar su primer beso, y eso la hacía sentirse tonta- ¿Arriesgada mi vida, eh?-
Rikki le miraba de reojo, no sabía muy bien que decir…
-Yo… -no quería decir nada inadecuado, así que demoró un poco de tiempo en
encontrar las palabras- A mí esto tampoco me había pasado nunca. Quiero decir,
ningún camarero me había llevado a la parte de atrás y… -¿pero qué narices
estaba diciendo? Dios, Rikki, relájate-… y claro, a mí también me apetece
conocerte, quiero decir, si te apetece a ti -Le sonrió, a medida que hablaba se
la iba pasando la vergüenza y se encontraba más y más cómoda. Se le daba muy
bien escuchar- Podríamos quedar mañana y hablábamos más tranquilamente… Creo
que antes he oído a alguien preguntar por ti- añadió ella señalando con el dedo
pulgar a sus espaldas. Él la devolvió la sonrisa.
-Yo también lo oí- estrechó distancia entre ellos- Mañana no tengo turno de
tarde, si te parece bien podríamos quedar en la plaza a las doce y te invito a
comer.
Rikki hizo un gesto de aceptación y él se inclinó para darle un suave beso
en la mejilla antes de salir de la terraza sin apenas hacer ruido. La mejilla
de Rikki ardía donde James le había plantado el beso. Sus labios eran tan
suaves, tan tiernos… fue como un susurro en su piel.
Ella se quedó allí durante unos minutos, pensando en todo lo que acababa de
pasar y sintiéndose extraordinariamente bien. Tenía esa sensación en el
corazón. Esa que sientes cuando el profesor está repartiendo los exámenes,
cuando estás montada en esa atracción y escuchas el “Clac” de inicio,
cuando estas con ese chico que te va a besar y sientes su aliento en la boca, o
cuando estas delante de un montón de gente esperando que digas algo y eres
incapaz de recordar la primera frase. La sensación de que el corazón ha dejado
de latirte, y hay algo que lo está agarrando con fuerza y te cuesta hasta
respirar. Para Rikki esa sensación era asombrosa, la encantaba porque se sentía
viva. Realmente mañana iba a ser una buena tarde.
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